Esta obra pertenece a la serie realizada para la exposición colectiva «Una mosca tibiliciana volando» y se relaciona con la percepción de la realidad y el transporte. En esta, se alude al hogar, simbolizando el ancla a la vida cotidiana. El icono que simboliza un plano de una casa representa de cierta forma la comodidad, la seguridad y las relaciones personales dentro de casa, siendo todo lo externo a esta, las vivencias que podemos tener si nos alejamos de este hogar. Las distorsiones, en este caso, indican una ruptura con la familiaridad y la rutina o, por otra parte, las experiencias perdidas cuando no se sale de casa. También simbolizan el ruido, el estrés y las vivencias de la vida cuando se carece de un hogar, ya sea en el sentido literal o entendiéndose el hogar como un espacio de descanso seguro y en el que poder desconectar o descansar del resto del mundo y el ajetreo cotidiano.
Las líneas rectas que aparecen de colores aluden a los caminos elegidos durante la vida, siendo cada uno la puerta de acceso a diversas experiencias que pueden influir de distinta forma en la vida de cada persona.
La representación de partes del rostro separadas y borrosas también invita a reflexionar sobre la naturaleza subjetiva de la experiencia humana y la forma en que percibimos el mundo que nos rodea. Esto sugiere que nuestras experiencias de viaje y transporte están filtradas por nuestras propias percepciones y emociones, lo que a su vez influye en cómo interpretamos y recordamos esos momentos.
Se puede ver que en cada obra aparece un icono diferente y que alude a cada uno de los aspectos tratados: a los medios digitales, a la carretera y al hogar.
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